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El director que creyó que era un genio y estafó a Netflix: su serie era una mentira y podría ir 50 años preso

Carl Rinsch prometió una producción con augurio de éxito a la que la plataforma destinó 65 millones de dólares. La historia de uno de los fracasos más estrepitosos de la era del streaming.
Podría ser otra de esas historias de fracasos de Hollywood, de presupuestos despilfarrados, de sueños desmesurados que terminan en un desastre colosal. Pero esta historia es mucho más que eso. Todo salió tan mal que el director puede terminar condenado a 50 años de prisión.
Aquí hay de todo: megalomanía, excesos, un fraude millonario, locura. Y un gigante involucrado (y estafado): Netflix.
Carl Rinsch es un director de cine norteamericano. Se dio a conocer con piezas publicitarias y algún corto que llamaron la atención de Hollywood. Lo ayudaba una personalidad desbordante, arrollador; era un gran vendedor de sus ideas. Lo apoyaba Ridley Scott, para quien trabajaba.
Dicen que contaba sus proyectos con una convicción contagiosa. Sin haber debutado como director de largometrajes estuvo a punto de que le confiaran la precuela de Aliens y la remake de Fuga en el Siglo XXIII (Logan´s Run), una mítica ciencia ficción de mediados de los setenta. Al final el proyecto que salió fue una adaptación fantasy y grandilocuente de 47 Ronins, la leyenda sobre heroicos samurais protagonizada por Keanu Reeves. Durante el rodaje el presupuesto se fue estirando. Rinsch gastó 175 millones de dólares que el estudio nunca recuperó. La película fracasó en taquilla y fue rechazada por la crítica. Parecía que a Rinsch le iba a resultar muy difícil rescatar su carrera incipiente, parecía que estaba condenado a filmar publicidades por el resto de sus días.
Pero pocas cosas lo detenían a este hombre.
Junto a su entonces esposa Gabriela Roses Betancor, modelo y diseñadora de moda uruguaya, Carl Rinsch desarrolló un proyecto para una serie de ciencia ficción llamada White Horse. Narraba la historia de unos robots con forma humana llamados Orgánicos Inteligentes diseñados para brindar ayuda humanitaria. Pero de a poco la población empieza a temerles, a desconfiar de ellos y los ataca. Allí comienza un combate descarnado.
Puso parte de su dinero y consiguió productores que financien la filmación de seis cortos de entre 4 y 10 minutos para poder vender la serie. El plan original era un producto de 13 capítulos de dos horas cada uno. 13 películas que contarían una gran historia. El rodaje de ese material ya fue problemático. Para abaratar costos filmó en Europa y en África, esquivando a los sindicatos de Hollywood. Pero su estilo perfeccionista y sus manías se devoraron pronto el presupuesto. Su inversor escapó espantado y apareció Keanu Reeves -con el que mantenía buena relación desde 47 Ronins– para aportar como productor asociado los dólares necesarios para finalizar los cortos que servirían para vender el proyecto.

En 2018 las plataformas buscaban contenido alocadamente. Estallaba el boom del streaming y todavía no habían encontrado un equilibrio. Todas las series parecían funcionar y nadie quería perderse el próximo gran impacto. HBO, Amazon y Netflix pelearon por White Horse. Eso aumentó la cotización del director y el presupuesto de la producción. Fue como una subasta alocada, fuera de control, en la que todos pierden perspectiva y suben la oferta. Parecía que sería de Amazon por más de 10 millones de dólares pero terminó ganando (en este caso es sólo una forma de decir, un eufemismo) Netflix. La oferta monetaria para los cradores fue más generosa pero agregó algo más, que tendría vital trascendencia en esta historia. Le otorgó al director el corte final, una verdadera rareza en el mundo de las plataformas. Esa cláusula, la de otorgarle a Rinsch el poder de decisión final puede ser una de las más costosas de esta nueva era del streaming.
La producción era muy ambiciosa. Para esa altura ya había cambiado de nombre. La serie se llamaría Conquest. Netflix imaginaba que tenía entre manos una nueva gran saga, que podría explotar con muchas temporadas, precuelas, secuelas, spin offs y merchandising. Parecía un gran negocio.
Las banderas rojas que no vieron
En el fragor de la pelea por quedarse con la serie, en la obnubilación por triunfar en la subasta, Netflix no prestó atención a algunas alertas. Las disputas de Rinsch con los inversores iniciales (obtuvieron varios millones de dólares con sus reclamos posteriores), la forma de manejarse de Rinsch en el set (maltratos, arbitrariedades y poco apego al presupuesto) y a que -algo fundamental- los guiones todavía no estaban terminados. Destinaron un presupuesto de casi 65 millones de dólares.
La preproducción y el rodaje estuvieron gobernados por los problemas de Rinsch. Gritos, insultos, elementos arrojados, cámaras derribadas. Nadie lo veía dormir; parecía estar despierto las 24 horas del día. Sus allegados luego lo acusaron de abusar de drogas prescriptas para el déficit de atención (él después reveló que está dentro del espectro autista y que tiene TDHA) y de otras drogas no recetadas. La esposa, otros familiares, miembros relevantes de la producción y amigos hicieron una intervención solicitándole (conminándolo a) que entrara a rehabilitación. Pero Rinsch sólo aceptó tener una especie de ayudante terapéutico que duró nada más que un par de semanas a su lado; muy rápido logró deshacerse de él.
Definir la conducta de Rinsch como errática sería generoso, un calificativo tenue. Le enviaba mails a los directivos de Netflix afirmando que él conocía el mecanismo secreto de la transmisión del Covid que surgía desde el centro de la tierra o que presumía de poder de predecir cuándo y dónde caería un rayo o el momento exacto en el que un volcán entraría en erupción.
Lo que entró en erupción fue la producción de Conquest.
La pandemia detuvo el rodaje un tiempo. Cuando reanudaron, el director le pidió a Netflix otros 11 millones de dólares para terminar la serie. Les dijo que sin esa inyección de dinero el proyecto naufragaría. Netflix, una vez más, aceptó y liberó esa suma (a ese momento llevaba invertidos 55 millones de dólares).
Apenas recibió la plata, Rinsch sacó casi todo de la cuenta de la producción, dejó 500.000 dólares. Los restantes 10 millones y medio los transfirió a su cuenta personal. Compró bonos y acciones pero sus inversiones fueron un enorme fracaso. En unas pocas semanas se esfumaron casi 6 millones de dólares.
Los directivos de la serie intentaron averiguar en qué estado se encontraba la serie; si algo del proyecto podría salvarse. Se encontraron con el mutismo del director y con que nadie del equipo sabía bien dónde estaban parados. Tardaron unas semanas más en darse cuenta de que Conquest era una quimera irredimible. Al ver que ya llevaban más de 55 millones de dólares gastados y que ni siquiera había un capítulo finalizado, la empresa decidió dar por concluido el proyecto. Salvarlo parecía imposible y demasiado costoso. Prefirieron dejar de perder dinero y en especial dejar de lidiar con Rinsch y sus excentricidades.
Le anunciaron vía mail todo se cancelaba y que él podía revenderlo si quisiera. Pero con una enorme salvedad: el nuevo comprador-productor debía pagar a Netflix cada dólar que había puesto.
Rinsch respondió con mails furiosos. Pero el destino de la serie estaba dictado.
En el medio de esa disputa también se terminó su matrimonio. Su esposa uruguaya lo acusó de maltratos, de hacer agujeros en las paredes con sus puñetazos cuando le agarraban ataques de furia y de destrozar buena parte del mobiliario del lugar en el que se alojaban.
Él sostuvo que ella se había complotado con miembros del equipo técnico para asesinarlo.
Mientras su gran proyecto y su matrimonio se derrumbaban, Rinsch tomó los cuatro millones de dólares que quedaban de lo que le había enviado Netflix y los invirtió en criptomonedas. Si con las acciones le había ido pésimo, con las cripto ocurrió todo lo contrario. Tuvo un éxito furibundo. Cuando cobró, esos 4 millones se habían transformado en 27 millones de dólares. Salió a gastar eufórico. En pocas semanas se compró 5 Rolls Royce, una Ferrari, relojes de 400.000 dólares y ropa y muebles de diseñadores exclusivos. Tal vez el gasto más estrafalario haya sido el de unos colchones suecos hechos a mano por los que pagó 650.000 dólares. Se calcula que gastó casi 10 millones de dólares en total.
Las demandas comenzaron a llegarle de manera aluvional. La ex esposa y Netflix fueron por él. El juicio de divorcio demostró los gastos y el ocultamiento de dinero. Netflix ganó un juicio por daños por casi 12 millones de dólares (y la devolución de todo el material filmado hasta el momento). Rinsch se declaró insolvente y aún no pagó. Se da una paradoja: los honorarios de los abogados que lo defienden de los reclamos de Netflix los pagó con el dinero que le entregó Netflix.
El director veía la situación de manera diferente. O al menos sus (costosos) abogados. Su lugar era, según su propia perspectiva, el de víctima. Demandó a Netflix por el final anticipado del contrato, la acusó de incumplimiento y exigió 14 millones de dólares de resarcimiento.
Ante el reclamo de Netflix intentó justificarse asegurando que las compras de todos esos bienes carísimos eran parte de la producción de la serie. El argumento fue jurídicamente insostenible. Entonces dio un vuelco de 180 grados y dijo que esa plata le pertenecía y se la habían dado a título personal. Ningún documento respaldó esa afirmación.
El FBI se involucró y lo acusó de cometer varios delitos como fraude electrónico, lavado de dinero y participar de actividades ilegales. La pena en total, sumando las respectivas condenas, podría superar los 50 años.
En estos últimos años cada vez que los periodistas quisieron hablar con el director, él se negó. Sostenía que el artículo en cuestión seguramente sería impreciso y no haría justicia con los hechos ni con su persona, que lo más probable lo harían quedar como alguien fuera de sus cabales y él, afirma, está completamente en sus cabales.
Sin embargo, esto varió cuando se debió defender en los estrados penales. Sus abogados alegaron que en los momentos en que dispuso de la plata estaba bajo un estado de psicosis que le impedía pensar y actuar con claridad. Lo atribuyeron a su adicción a las drogas, al consumo desmesurado de medicación prescripta, al stress por encabezar un proyecto de esa magnitud y al malestar y desequilibrio psiquiátrico que produjo la pandemia en él.
Sus argumentos, dicen los expertos, tienen escasa posibilidad de imponerse.
El juez fijó el juicio para principios de diciembre. En estos días Carl Rinsch debía presentarse en una audiencia preliminar. Dijo que era imposible porque está absolutamente quebrado y no podía afrontar el viaje desde Los Ángeles hasta Nueva York. El juez ordenó a la oficina de Marshalls de Estados Unidos que se encargara del traslado y así lograr que el acusado acuda a la audiencia y comparezca ante el juzgado.
Acaso nunca veamos las escenas que se filmaron de Conquest. Es muy probable, de todas maneras, que algunas vez Netflix produzca una serie que narre las alternativas del proyecto y su fracaso estruendoso.
Tienen entre manos una historia muy atractiva protagonizada por un gran personaje.
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